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domingo, noviembre 05, 2006

Una Calle Para Un Perro

Nos vamos civilizando, no somos tan bárbaros ni tan inhumanos. Lo digo por el aprecio a los animales. Si el mítico y legendario Ratón Pérez ya tiene una placa en una calle de Madrid, en Cádiz van a llegar a más: le pondrán a una calle el nombre de un perro. Pero no un perro legendario, de cuento o de tebeo, como Pluto o como los ciento un dálmatas, sino a un perro de verdad. Un perro que con su vida nos dio ejemplo a los hombres: Canelo.

Canelo era un chucho gaditano, noble y leal como los títulos oficiales del escudo de la ciudad trimilenaria. Me parece que Canelo era de la ilustre y distinguida raza del "canis viator gadirensis", esto es, perro callejero gaditano. Para su dueño, como si fuera un "golden retriver" con los que sus dueños presumen, diciendo siempre que son primos o hijos, o nietos de los perros de Don Juan Carlos. Los regios perros de la Zarzuela, desde luego, deben de ser de una fecundidad impresionantes, las perras deben de estar siempre embarazadas y los machos, cubriéndolas. Porque no he visto mayor cantidad de gente que presuma de perro diciéndote que su "golden" es primo del que tiene Su Majestad. Debe de pasar con esto de los perros lo mismo que con el sastre del Rey. Si fuera verdad que el sastre del Rey les cose a todos aquellos petimetres de la nueva corte del dinero y del poder que alardean de tener al mismo alfayate que Su Majestad, el artista de la aguja es que no podría el hombre ni dormir, haciendo tantísimos trajes iguales a los que usa Don Juan Carlos.

Sin linaje regio, Canelo era para su dueño compaña, cariño, antídoto contra la soledad y pretexto para pasear todos los días las calles gaditanas sacándolo a hacer sus cosas. Cuentan que el dueño de Canelo era enfermo renal, y que debía ir cada semana a someterse a diálisis, siempre acompañado por Canelo, que se quedaba a la puerta de la residencia hospitalaria esperando a que le renovaran la sangre a su amo. Hasta que un día, agravada la dolencia, el dueño de Canelo tuvo que ser ingresado. El perro, como solía en las visitas ambulatorias de la diálisis, permaneció en la puerta del hospital, esperando a su dueño. Pero el dueño nunca salió. Al menos por aquella puerta. El dueño de Canelo, ay, salió muerto camino del cementerio, por esa secreta puerta de los tanatorios que suelen tener los hospitales. Como Canelo era noble y leal y los perros no se resisten a aceptar (les pasa como a los humanos) la idea de la muerte de los seres queridos, ¿qué hizo? ¿Volverse a su casa, a la comida segura y al techo en caliente? No. Permaneció en la puerta del hospital, esperando a que saliera su dueño. Pero no un día ni dos, ni semanas, ni meses. Los vecinos de la Avenida y los trabajadores de la residencia sanitaria, sabedores de la lealtad y nobleza del perro, lo adoptaron colectivamente, y el uno le llevaba comida, y el otro le ponía agua, y el otro le daba las caricias del amo que le faltaban. Canelo se hizo popular en Cádiz, salió en el "Diario", vinieron los ingleses de la BBC a hacerle un reportaje y llegó a formar parte, como un personaje popular perruno, de la galería riquísima de los locos gaditanos del viento de levante. Las asociaciones ecologistas lo protegían y hasta una vez lo libraron de la muerte sanitaria y administrativa, pagando un rescate administrativo cuando los laceros se lo llevaron a la perrera municipal, confundiéndolo con un chucho callejero y desconociendo su lealtad ejemplar.

Quince años se ha llevado Canelo viviendo en las cercanías del hospital, siempre esperando a su dueño, hasta que en el pasado mes de diciembre le llegó la misma muerte que a su amo. A Canelo lo atropelló un coche. Naturalmente que el coche de un turista. Ningún conductor de Cádiz, conociendo a Canelo, hubiera dejado de parar su coche para ceder el paso a un ejemplo de sentimientos en forma de perro. La muerte de Canelo fue llorada por todo Cádiz, y hasta el coro "Cine Caleta" le dedicó un tango memorial y memorable, en la solemnidad carnavalesca del Gran Teatro Falla. Ahora, el Ayuntamiento, por iniciativa de grupos vecinales y ecologistas, ha acordado dedicar a Canelo una calle. No una calle cualquiera camino de cualquier parte, sino el mismo callejón cercano al Hospital Puertas del Mar donde se llevó quince años esperando a su amo. Dando ejemplo a los humanos. ¿No se dedican las calles a los héroes, a los personajes ilustres? ¿Por qué no van a ser dedicadas a estos heroicos, ilustres y nobles perros, como Canelo? Poner una calle al perro Canelo es una forma de perpetuar un ejemplo que debería ser imitado por los hombres.