Donde Estan Los Palomos
Los palomos ya no revolotean en las playas de los sanky pankys
Por Faustino Pérez
Nadie sabe dónde están, ni a nadie le importa, el hecho es que los auténticos reyes de la calle están en vías de extinción; aquellos que olían cemento o gasolina con el frasco metido en la camiseta rota y mugrienta, para disimular su adicción, que dormían en pleno sol en cualquier acera, que nadaban en la contaminada ría Ozama, que se introducían por las alcantarillas y salían en otro barrio, o que siempre andaban descalzos, y comían de los desperdicios de los basureros.
Si nosotros tuviésemos que malvivir en esas condiciones, usted o yo mismo, ¿cuánto tiempo aguantaríamos vivos?
Los palomos eran el azote del Malecón, o del Parque Independencia, pero tambíen deambulaban en grupúsculos de cuatro, cinco, seis, casi nunca más de ocho, por la Ave. Duarte y por las glorietas de la 27 de Febrero, donde confluían, o por cualquier otro punto de la ciudad. Poseían una gran capacidad de simulación para pedir dinero o comida, pero podían convertirse en fieros leones defendiéndose a pedrada limpia de quien fuese. Su decadencia se produjo a finales de la década pasada.
Otra característica que mostraban cuando “patrullaban” su territorio, consistía en que al caminar desconfiaban de todo el mundo, y periódicamente miraban hacia atrás como una forma de cuidar la retaguardia. Por otro lado, siempre mostraban variadas afecciones cutáneas, es decir, cicatrices mal curadas, llagas y heridas de todo tipo, provocadas por su “estilo de vida”, y con problemas frecuentes en la locomoción, con cojeras incluidas.
Uno de los líderes de esas tribus urbanas era sin lugar a dudas el “Quemao”, así llamado por las huellas que le marcaban su piel, producidas quién sabe cómo; con los pies hiperatrofiados por la falta de calzado durante toda su vida, pero con una audacia para sobrevivir en esta jungla de asfalto y baches fuera de serie, mejorando y perfecionando su osadía en el día a día.
Tampoco se conoce de dónde les viene el apelativo de palomos; quizá haya sido por su preferencia o necesidad de guarecerse en cualquier sitio disponible, incluyendo las cuevas del litoral. La gran mayoría eran menores de veinte años, y había también algunas hembras entre ellos. Dormían a cualquier hora y en cualquier sitio, y si les daba la gana se ponían a contar anécdotas a las tres de la madrugada, algo prácticamente inconcebible para un niño que tiene que ir a al escuela al día siguiente.
De lo que no cabe ninguna duda es que los palomos formaban el último eslabón de la pirámide social; debajo de ellos solamente los animales sarnosos. Analfabetos totales y sin remedio, evadidos de sus casas por desavenencias, abandonados por sus familiares, o hijos de padres irresponsables, eran, a pesar de todo, los seres más libres de la sociedad; sin tener agobios por las deudas contraídas, ni porque les robaran el vehículo; ni mucho menos con preocupaciones porque los despidieran del trabajo, o de que los nombrasen en un cargo público; ni tampoco preocuparse por defenderse de las intrigas laborales, o de que les cortasen el telecable, o que les retirasen el seguro médico, o que el celular no tenía carga… Existían sin saber lo que era una tarjeta de crédito. Su única lealtad y compromiso era para con su pandilla, y no siempre. Como vivían de, y en la calle, eran sus verdaderos amos.
Los palomos no son un fenómeno exclusivamente nuestro, ya que existen con las correspondientes adaptaciones en muchos países, desde la playa de Copacabana en Río de Janeiro, una ciudad donde han sido acribillados con cualquier excusa, hasta las calles de Bombay en la India.
Imagínense que todavía nuestros niños de clase media no tienen asegurados todos los servicios esenciales de una sociedad civilizada, ¿qué serían los palomos? Por esos motivos el palomo estaba obligado a vivir, no al día, sino al minuto; y al final pagaban el precio de la mala vida, libérrima si se quiere, pero sin calidad y con las carencias más elementales.
Sin embargo, a pesar de que el verdadero palomo ha desaparecido, aún permanece el vocablo, y por eso fácilmente se le llama palomo a un niño-trabajador callejero, como podría ser un limpiabotas, que al grito de “valimpiá” se nos aproxima; o aquel que limpia parabrisas, o bien la niña que ofrece flores en el semáforo de turno.
Otros que se confunden también con los palomos son los niños-prostitutos, buscados por los pederastas nacionales y extranjeros. Incluso hay lustradores de zapatos que ejercen ambas funciones, todo por su necesidad de ganarse el sustento. En nuestras calles también aparecen niños-pedigüeños, solos o acompañados, quienes son marcadamente diferentes de los palomos, pero también se les cononoce por esa denominación.
Tampoco son palomos de verdad los rufianes, rateros, carteristas, descuideros, pequeños delincuentes y proxenetas del Parque Enriquilo, y de otros lugares, por más que se les denomine de esa manera.
Si hay alguien que se parece al palomo es el sanky panky, sobre todo por la mugre, aunque los palomos ganan la partida por mucha diferencia. De todas maneras el sanky tiene su territorio en la playa, como aquel a quien llamaban Harry el Sucio, en Boca Chica, parodiando el título de la película.
El sanky es un subproducto del auge del turismo; esto significa que su desarrollo ha ido paralelo al crecimiento de la “industria sin chimeneas”, a partir de la década de los 80. Viene a ser una variante del “tíguere”, pero playero.
El sanky panky probablemente tome esa denominación del sustantivo saltimbanqui, por cuatro motivos principales: por las “piruetas” que tiene que realizar para llamar la atención de sus posibles “presas”; por su capacidad de adaptación; por los cambios constantes de pareja, y en cuarto lugar, porque practica sus artes al aire libre preferiblemente.
En nuestros polos turísticos, el sanky posee un aspecto “salvaje”, con “olor” a selva, como el rey del paraíso perdido que es, diferente del palomo que era el monarca callejero. Esto implica que el sanky panky les da a las turistas aquello que ellas vienen buscando, con su pelo ensortijado y leonino, muchas veces al estilo rastafari. Si es fortachón, extrovertido, de buen tamaño y oscuro de piel, le favorece para el ligue. Él les proporciona a ellas placer, protección, compañía y les aporta sus conocimientos del territorio.
Para una joven europea o de norteamérica deseosa de experiencias novedosas y excitantes, en sus vacaciones caribeñas, el primero que llama su atención es el sanky panky, porque es el que permanece siempre en la playa, y sabe todo lo que se mueve; o sea, que no se trata de un dominguero típico que va al balneario el fin de semana, y el resto de la semana se lo pasa trabajando. Este protagonista de nuestra historia, tiene que revalidar su título de sanky permanentemente, y para esos fines, ha de poseer una gran dosis instintiva de psicología práctica, aparte de la aprendida en la misma playa, para lograr sus propósitos de conquista.
El sanky panky es un auténtico trabajador sexual, que se defiende en varios idiomas, y que practica un tipo de proxenetismo especializado. Entre ellos les gusta alardear de sus conquistas, de sus proezas sexuales, de los “regalos” que reciben, y de los viajes que van a realizar, o que han hecho, reales o ficticios. Todo ello salpicado con las debidas exageraciones, como buenos mitómanos. Se sabe que algunos de ellos reciben remesas procedentes del extranjero de varias amantes, interesadas en tener un hombre conocido, en la playa que piensan visitar de nuevo en la temporada siguiente.
En otras ocasiones los sankys viajan; se cuenta la historia de uno que buceaba muy bien en la playa, entonces, se lo “llevaron” para un país de clima frío, y su amante oriunda de ese lugar, le consiguió un empleo que a ella le pareció lógico dadas sus habilidades, y cuando el tipo se encontró limpiando alcantarillas, le duró poco el “amor” que le profesaba a su amante, y regresó abruptamente a su buceo playero.
Lo típico es que el sanky, aparte de vanagloriarse de sus “hazañas” sexuales, también tiene una faceta de exhibicionista muy importante, y por eso le satisface enormemente pasearse por la ciudad o por la misma playa con su “jeva”. Hay que destacar que el sanky panky normalmente tiene relaciones heterosexuales, pero algunos también incurren en prácticas homosexuales, en especial en un rol activo.
Frecuentemente el sanky tiene que “atender” a mujeres que quizá no sean de su agrado, pero que le interesan por los beneficios que le brindan, ya que algunas de ellas son poco atractivas y/o tímidas, y por eso tienen que salirse de su ambiente para desahogarse y desinhibirse. Si a eso le sumamos las altas temperaturas de las playas, las bebidas tropicales, los mariscos, el ocio, la música y otros estimulantes, etc., no es raro que la libido se dispare. Pero para eso precísamente está el sanky, ¡siempre listo!
Naturalmente que ese sexo tan promiscuo puede tener secuelas muy serias para ellos. En Boca Chica y en Andrés, periódicamente cunde el rumor de que “fulanito” tiene el SIDA, y el pánico no se hace esperar. Hubo uno que estaba gravemente enfermo y guardaba una libreta con una lista de sus amantes de ambos sexos, lo que causó un gran revuelo. El caso trascendió incluso a los medios, que se hicieron eco de la noticia.
Por supuesto que el “sankypankismo” no se estudia en ninguna academia, lo único que hace falta es querer vivir del cuento, tener un afán de exhibirse, pasarse todo el día en la playa, adoptar una imagen apropiada, estar dispuesto a gozar de la vida al máximo, estar preparado para asumir altos riesgos de salud, saber persuadir y competir, tener psicología práctica; y si tiene suerte, podrá alardear de todas sus hazañas y aventuras, exagerando como siempre.
Por Faustino Pérez
Nadie sabe dónde están, ni a nadie le importa, el hecho es que los auténticos reyes de la calle están en vías de extinción; aquellos que olían cemento o gasolina con el frasco metido en la camiseta rota y mugrienta, para disimular su adicción, que dormían en pleno sol en cualquier acera, que nadaban en la contaminada ría Ozama, que se introducían por las alcantarillas y salían en otro barrio, o que siempre andaban descalzos, y comían de los desperdicios de los basureros.
Si nosotros tuviésemos que malvivir en esas condiciones, usted o yo mismo, ¿cuánto tiempo aguantaríamos vivos?
Los palomos eran el azote del Malecón, o del Parque Independencia, pero tambíen deambulaban en grupúsculos de cuatro, cinco, seis, casi nunca más de ocho, por la Ave. Duarte y por las glorietas de la 27 de Febrero, donde confluían, o por cualquier otro punto de la ciudad. Poseían una gran capacidad de simulación para pedir dinero o comida, pero podían convertirse en fieros leones defendiéndose a pedrada limpia de quien fuese. Su decadencia se produjo a finales de la década pasada.
Otra característica que mostraban cuando “patrullaban” su territorio, consistía en que al caminar desconfiaban de todo el mundo, y periódicamente miraban hacia atrás como una forma de cuidar la retaguardia. Por otro lado, siempre mostraban variadas afecciones cutáneas, es decir, cicatrices mal curadas, llagas y heridas de todo tipo, provocadas por su “estilo de vida”, y con problemas frecuentes en la locomoción, con cojeras incluidas.
Uno de los líderes de esas tribus urbanas era sin lugar a dudas el “Quemao”, así llamado por las huellas que le marcaban su piel, producidas quién sabe cómo; con los pies hiperatrofiados por la falta de calzado durante toda su vida, pero con una audacia para sobrevivir en esta jungla de asfalto y baches fuera de serie, mejorando y perfecionando su osadía en el día a día.
Tampoco se conoce de dónde les viene el apelativo de palomos; quizá haya sido por su preferencia o necesidad de guarecerse en cualquier sitio disponible, incluyendo las cuevas del litoral. La gran mayoría eran menores de veinte años, y había también algunas hembras entre ellos. Dormían a cualquier hora y en cualquier sitio, y si les daba la gana se ponían a contar anécdotas a las tres de la madrugada, algo prácticamente inconcebible para un niño que tiene que ir a al escuela al día siguiente.
De lo que no cabe ninguna duda es que los palomos formaban el último eslabón de la pirámide social; debajo de ellos solamente los animales sarnosos. Analfabetos totales y sin remedio, evadidos de sus casas por desavenencias, abandonados por sus familiares, o hijos de padres irresponsables, eran, a pesar de todo, los seres más libres de la sociedad; sin tener agobios por las deudas contraídas, ni porque les robaran el vehículo; ni mucho menos con preocupaciones porque los despidieran del trabajo, o de que los nombrasen en un cargo público; ni tampoco preocuparse por defenderse de las intrigas laborales, o de que les cortasen el telecable, o que les retirasen el seguro médico, o que el celular no tenía carga… Existían sin saber lo que era una tarjeta de crédito. Su única lealtad y compromiso era para con su pandilla, y no siempre. Como vivían de, y en la calle, eran sus verdaderos amos.
Los palomos no son un fenómeno exclusivamente nuestro, ya que existen con las correspondientes adaptaciones en muchos países, desde la playa de Copacabana en Río de Janeiro, una ciudad donde han sido acribillados con cualquier excusa, hasta las calles de Bombay en la India.
Imagínense que todavía nuestros niños de clase media no tienen asegurados todos los servicios esenciales de una sociedad civilizada, ¿qué serían los palomos? Por esos motivos el palomo estaba obligado a vivir, no al día, sino al minuto; y al final pagaban el precio de la mala vida, libérrima si se quiere, pero sin calidad y con las carencias más elementales.
Sin embargo, a pesar de que el verdadero palomo ha desaparecido, aún permanece el vocablo, y por eso fácilmente se le llama palomo a un niño-trabajador callejero, como podría ser un limpiabotas, que al grito de “valimpiá” se nos aproxima; o aquel que limpia parabrisas, o bien la niña que ofrece flores en el semáforo de turno.
Otros que se confunden también con los palomos son los niños-prostitutos, buscados por los pederastas nacionales y extranjeros. Incluso hay lustradores de zapatos que ejercen ambas funciones, todo por su necesidad de ganarse el sustento. En nuestras calles también aparecen niños-pedigüeños, solos o acompañados, quienes son marcadamente diferentes de los palomos, pero también se les cononoce por esa denominación.
Tampoco son palomos de verdad los rufianes, rateros, carteristas, descuideros, pequeños delincuentes y proxenetas del Parque Enriquilo, y de otros lugares, por más que se les denomine de esa manera.
Si hay alguien que se parece al palomo es el sanky panky, sobre todo por la mugre, aunque los palomos ganan la partida por mucha diferencia. De todas maneras el sanky tiene su territorio en la playa, como aquel a quien llamaban Harry el Sucio, en Boca Chica, parodiando el título de la película.
El sanky es un subproducto del auge del turismo; esto significa que su desarrollo ha ido paralelo al crecimiento de la “industria sin chimeneas”, a partir de la década de los 80. Viene a ser una variante del “tíguere”, pero playero.
El sanky panky probablemente tome esa denominación del sustantivo saltimbanqui, por cuatro motivos principales: por las “piruetas” que tiene que realizar para llamar la atención de sus posibles “presas”; por su capacidad de adaptación; por los cambios constantes de pareja, y en cuarto lugar, porque practica sus artes al aire libre preferiblemente.
En nuestros polos turísticos, el sanky posee un aspecto “salvaje”, con “olor” a selva, como el rey del paraíso perdido que es, diferente del palomo que era el monarca callejero. Esto implica que el sanky panky les da a las turistas aquello que ellas vienen buscando, con su pelo ensortijado y leonino, muchas veces al estilo rastafari. Si es fortachón, extrovertido, de buen tamaño y oscuro de piel, le favorece para el ligue. Él les proporciona a ellas placer, protección, compañía y les aporta sus conocimientos del territorio.
Para una joven europea o de norteamérica deseosa de experiencias novedosas y excitantes, en sus vacaciones caribeñas, el primero que llama su atención es el sanky panky, porque es el que permanece siempre en la playa, y sabe todo lo que se mueve; o sea, que no se trata de un dominguero típico que va al balneario el fin de semana, y el resto de la semana se lo pasa trabajando. Este protagonista de nuestra historia, tiene que revalidar su título de sanky permanentemente, y para esos fines, ha de poseer una gran dosis instintiva de psicología práctica, aparte de la aprendida en la misma playa, para lograr sus propósitos de conquista.
El sanky panky es un auténtico trabajador sexual, que se defiende en varios idiomas, y que practica un tipo de proxenetismo especializado. Entre ellos les gusta alardear de sus conquistas, de sus proezas sexuales, de los “regalos” que reciben, y de los viajes que van a realizar, o que han hecho, reales o ficticios. Todo ello salpicado con las debidas exageraciones, como buenos mitómanos. Se sabe que algunos de ellos reciben remesas procedentes del extranjero de varias amantes, interesadas en tener un hombre conocido, en la playa que piensan visitar de nuevo en la temporada siguiente.
En otras ocasiones los sankys viajan; se cuenta la historia de uno que buceaba muy bien en la playa, entonces, se lo “llevaron” para un país de clima frío, y su amante oriunda de ese lugar, le consiguió un empleo que a ella le pareció lógico dadas sus habilidades, y cuando el tipo se encontró limpiando alcantarillas, le duró poco el “amor” que le profesaba a su amante, y regresó abruptamente a su buceo playero.
Lo típico es que el sanky, aparte de vanagloriarse de sus “hazañas” sexuales, también tiene una faceta de exhibicionista muy importante, y por eso le satisface enormemente pasearse por la ciudad o por la misma playa con su “jeva”. Hay que destacar que el sanky panky normalmente tiene relaciones heterosexuales, pero algunos también incurren en prácticas homosexuales, en especial en un rol activo.
Frecuentemente el sanky tiene que “atender” a mujeres que quizá no sean de su agrado, pero que le interesan por los beneficios que le brindan, ya que algunas de ellas son poco atractivas y/o tímidas, y por eso tienen que salirse de su ambiente para desahogarse y desinhibirse. Si a eso le sumamos las altas temperaturas de las playas, las bebidas tropicales, los mariscos, el ocio, la música y otros estimulantes, etc., no es raro que la libido se dispare. Pero para eso precísamente está el sanky, ¡siempre listo!
Naturalmente que ese sexo tan promiscuo puede tener secuelas muy serias para ellos. En Boca Chica y en Andrés, periódicamente cunde el rumor de que “fulanito” tiene el SIDA, y el pánico no se hace esperar. Hubo uno que estaba gravemente enfermo y guardaba una libreta con una lista de sus amantes de ambos sexos, lo que causó un gran revuelo. El caso trascendió incluso a los medios, que se hicieron eco de la noticia.
Por supuesto que el “sankypankismo” no se estudia en ninguna academia, lo único que hace falta es querer vivir del cuento, tener un afán de exhibirse, pasarse todo el día en la playa, adoptar una imagen apropiada, estar dispuesto a gozar de la vida al máximo, estar preparado para asumir altos riesgos de salud, saber persuadir y competir, tener psicología práctica; y si tiene suerte, podrá alardear de todas sus hazañas y aventuras, exagerando como siempre.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home