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lunes, noviembre 06, 2006

Asuntos De Cuernos

En un tiempo, los venados no tenían cuernos, sino que éstos eran propios de los tigres. Para saber por qué los poseen ahora, vamos a relatar la historia de lo que sucedió:

Había una vez un conejo al que un tigre le había regalado unos bonitos cuernos a cambio de un trabajo de curación.

Sucedió que el tigre no tenía dinero para pagar la cuenta y, como el conejo no le cobró, sino que le pidió lo que fuera su voluntad, el tigre le regaló una bonita corona que traía puesta, y el conejo la recibió con mucho gusto.

Pero pasó que a la hora de ponérsela para presumirle a sus compañeros, se dio cuenta de que la corona no le quedaba bien.

El conejo se puso muy triste, porque la corona pesaba mucho, le iba muy guanga y se le caía cada vez que se la colocaba en la cabeza.

Decidió pedirle ayuda al Sol y éste le dijo que iba a ayudarlo a crecer, pero que tenía que cumplir antes varios requisitos: conseguir lágrimas de tigre y colmillos de serpiente.

Logró lo primero engañando al tigre con la historia de que su abuelita había muerto; el felino no pudo hacer otra cosa que ponerse a llorar y el conejo aprovechó para juntar sus lágrimas en un frasco.

Cuando terminó se dio cuenta de que le tocaba lo más difícil: los colmillos.

Estuvo pensando cómo conseguirlos y se fue a caminar por el monte hasta que vio una serpiente. Calentó dos piedras de buen tamaño al rojo vivo y se puso en guardia. Cuando la serpiente lo vio, hizo por picarlo y, entonces, el conejo le aventó una de las piedras. La serpiente se enfureció y, al momento, el conejo le tiró la otra piedra. Ella la mordió y, con lo caliente que estaba, se le cayeron los colmillos.

El conejo pensó que ya tenía todo lo que le había pedido el Sol y se fue a buscarlo.

El Sol lo citó un día como a las seis de la mañana y, lo único que hizo fue jalarle las dos orejas y dos de sus patas, y nada más. Una vez hecho esto, le dijo:

—Ahora ya eres un animal grande y, si quieres, puedes verlo en tu sombra.
El conejo vio una sombra muy grande y pensó: "Ese soy yo". Muy contento, regresó a su casa y se midió la corona, pero tampoco le quedaba.

El conejo se puso a llorar. En eso, llegó el venado y le dijo:

—Oye, ¿de quién es esa corona?— y el conejo contestó que era de él y que había sido un regalo. Al venado le gustó mucho y le pidió que se la prestara. El conejo dijo que no, porque le podría tomar gusto y, a lo mejor, después no iba a querer devolvérsela. Pero el venado insistió hasta convencerlo y el conejo se la prestó.
El venado le pidió permiso entonces para dar una vuelta, y el conejo estuvo de acuerdo.

Muy contento, el venado se puso la corona y empezó a jugar en el monte, entre los juncos. Y regresó.

Entonces le pidió permiso para ir más lejos y el conejo, como le gustó mucho ver todo lo que había hecho el venado, aceptó otra vez. Éste se fue, pero esta vez más lejos y, al igual que en la ocasión anterior, regresó pronto. Y le pidió otra vez permiso para llevarla más lejos aún y, de nuevo, el conejo aceptó.

Eso era lo que el venado quería y salió corriendo a todo lo que daba con la corona puesta, pero ya jamás regresó a devolverla.

Muy triste, el conejo se dio cuenta de la verdad y se puso a llorar. El venado le había robado en sus narices un regalo de gran valor.